domingo, 15 de julio de 2012

La niña del vestido rojo (parte I)


Solíamos hablar de la muerte, a veces...más bien él me hablaba y yo me perdía en su cuerpo, en sus manos, mientras acariciaban mi pelo, mi pelo cayendo sobre mi cuerpo, sobre el suyo, sobre el nuestro.

-¿Y si algún día, simplemente, me fuera? Si no estuviera...¿Qué pasaría?

-Pues...que mi cuerpo se estremecería, temblaría...

Y todo se quedaba en un absoluto silencio...solo los susurros de los búhos y el vaivén del trigal conseguían romperlo, abrazándonos en la oscuridad de la noche. No sé qué quería que le contestara...¿La verdad? La verdad era demasiado dolorosa como para soportar un rechazo más, mi corazón roto sólo sabía mentir una y otra vez, engañar y ocultar, no sabía sentir.

Todos los viernes, al caer la tarde cuando ya el sol, tímido, se escondía; yo extendía aquella manta roja en medio del campo y le esperaba allí, desnuda...como todas las noches.

Oía su moto acercándose y mi corazón palpitaba(Bum bum...bum bum), se aceleraba...me estremecía, mi cuerpo temblaba y retozaba por la manta.

Luego el llegaba, con su porte elegante, como siempre, y me mordía, y me besaba, yo suspiraba...me hacía gritar, querer más y más...como una bestia insaciable, como un vampiro con ansias de sangre...y volaba, y tocaba el cielo, las estrellas, la constelación entera ; cuando entonces una ola de placer nos sacudía y caía, encima de mí, me aplastaba...como respiraba, como latía...yo caía derrotada...y me dormía...así, noche tras noche, viernes tras viernes se había convertido en mi droga, en mi dosis semanal de heroína a la que no podía renunciar.

En cada una de esas noches me arrancaba el alma a mordiscos, a besos derrotaba mis defensas y a lametazos me derribaba...lo nuestro era salvaje, de otra dimensión, de otro planeta...Solos él y yo. Sin equivocación . Sin redención.

-¿Y cuando yo no esté?¿Qué harás? ¿Sobrevivirás?

Ahora, esas palabras atormentaban todos mis pensamientos, como una espada incesante que amenazaba con desangrar todo mi mundo, una tormenta que envidiaba destruir todo lo que habíamos construido.

Ahora esas palabras me abrumaban y ahogaban...horas y horas llevaba dando vueltas, desnuda, sobre la manta. Esperándolo.



(Continuará...)

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