lunes, 30 de julio de 2012

Colette

Colette era energía, era electricidad. Era una groupie de pies a cabeza, era toda una rockera.
Tenía el pelo negro y completamente liso. Corto, muy corto, pero con el corte perfecto para llegar a tapar sus diminutas orejas y, sin embargo, dejar totalmente descubierto su largo y terso cuello.
Siempre llevaba la ropa hecha jirones: cada vez que compraba una prenda nueva cojía las tijeras y cortaba todo aquello que decidía que sobraba.
Vestía vaqueros, botas Dr. Martens, camisetas de algún grupo de rock de esos en los que sus componentes ya han pasado a mejor vida (o casi) que cortaba de manera que dejaba uno de sus hombros al descubierto y, por último, su chupa negra o su chaqueta vaquera (si era verano). Su ropa estaba llena de chapas y pegatinas: de los Sex Pistols, Pearl Jam, Nirvana y otros tantos.
Los ojos de Colette no eran nada del otro mundo, marrones, sin embargo, su mirada sí que era de otro universo, era puro fuego que te abrasaba por dentro. Y sólo tenías que conocerla un poco para saber cuando te pedía a gritos que la follaras.
Siempre levantaba una ceja, inclinaba la cabeza y se mordía el labio, entonces, en ese preciso instante y nunca antes ni de otra manera, podías arrancarle la ropa y hacerlo, en cualquier lugar, daba igual donde. Y como ella, todo era jodida electricidad, energía de alto voltaje, puta pasión.
A veces susurraba en mi oído palabras en frances, y os juro que aquello me volvía loco. Nunca dejéis que una mujer os susurre al oído, y menos si es francesa. Nunca, o no podréis escapar.
La verdad, y no os voy a mentir, es que Colette no era una chica romántica, no era una mujer de rosas y regalos, era una mujer salvaje como nunca conocí otra, pero a mi me encantaba.




lunes, 16 de julio de 2012

Margot





Margot era esbelta y armónica, su pelo cobrizo ligeramente ondulado caía hasta su cintura perfilando aún con mayor perfección cada una de sus curvas, cada uno de sus vértices, cada uno de sus rincones. Su tez pálida la convertía en pura porcelana: suave, perfecta... y fría. Sus movimientos siempre estaban en sintonía, eran como bailar.


Tenía una mirada que nunca llegué a comprender. Era complicada, como su vida, como ella. Y aunque sus ojos verdes y sus labios color carmín te invitaran a devorarla, quizá aquella tan sólo fuera su máscara, su máscara para que nadie dañara sus alas. Porque al abrazarla, al acurrucarte junto a ella y sentir el frío de su piel -y de su alma-, sabías que era frágil, que era verdadera porcelana, y que se podía romper en cualquier momento. Os aseguro que era la reencarnación de la Venus de Boticcelli, sólo que Margot no era de nadie. Era diferente, era un alma libre, era un pájaro delicado y hermoso.


Nunca en mi vida he sido tan feliz como las noches que pasé junto a Margot. Nunca. Y no tiene nada que ver con el sexo, sino con la magia. Ella era pura magia, quizá no lo sabía, pero os aseguro que lo era.


Es verdad que a veces hacíamos el amor, pero ningún orgasmo ha sido tan placentero como escucharla susurrar durante horas en la oscuridad -sobre todo y sobre nada-, o verla cepillarse el pelo mientras se sentaba desnuda en el otro extremo de la cama.


Sus miembros, su voz, sus movimientos... no eran humanos. Supongo que alguien la puso en este mundo para volverme loco, para desmontarlo de principio a fin, para resquebrajarme de arriba a abajo, para hacer de mi vida un galimatías, para destrozar mi mundo una y otra vez. Y en el fondo, o en la más cruda realidad, para hacerme un poco más feliz, porque nadie puede estar triste con alguien como Margot cerca. Nadie. Ni siquiera un tipo como yo.

A ti.

No puedo no sonreír. De verdad que no puedo mirarte y no hacerlo.
No puedo tocarte y evitar quemarme por dentro.
No puedo no desear quedarme pegada a ti hoy, mañana, y siempre.
No puedo dejar mi adicción a ti. No puedo, y la verdad, es que no quiero.


Mis yemas ríen al tocar tu piel, cantan, bailan. Mis labios necesitan de tus besos. Mi cuerpo de tus abrazos. Mis miembros tiemblan al verte, al sentirte cerca. Mi vello se eriza al sentir tu respiración. El corazón me late fuerte en el pecho, rojo, más rojo que nunca. Te echan de menos, te necesitan, te necesito.

Te quiero a ti, en las noches frías de invierno, bajo la luna, desnuda bajo las sábanas. Sonriendo, grande, gigante, como sólo tú sabes hacerlo. Sonriendo con los ojos, con el brillo de dos perlas negras en la oscuridad.

Te quiero a ti, sudando, jadeando, gimiendo. A ti, pequeña, frágil, asustada. De cualquier forma, de todas, de ninguna. Como sea, donde sea, siempre.





Eriel

domingo, 15 de julio de 2012

La niña del vestido rojo (parte I)


Solíamos hablar de la muerte, a veces...más bien él me hablaba y yo me perdía en su cuerpo, en sus manos, mientras acariciaban mi pelo, mi pelo cayendo sobre mi cuerpo, sobre el suyo, sobre el nuestro.

-¿Y si algún día, simplemente, me fuera? Si no estuviera...¿Qué pasaría?

-Pues...que mi cuerpo se estremecería, temblaría...

Y todo se quedaba en un absoluto silencio...solo los susurros de los búhos y el vaivén del trigal conseguían romperlo, abrazándonos en la oscuridad de la noche. No sé qué quería que le contestara...¿La verdad? La verdad era demasiado dolorosa como para soportar un rechazo más, mi corazón roto sólo sabía mentir una y otra vez, engañar y ocultar, no sabía sentir.

Todos los viernes, al caer la tarde cuando ya el sol, tímido, se escondía; yo extendía aquella manta roja en medio del campo y le esperaba allí, desnuda...como todas las noches.

Oía su moto acercándose y mi corazón palpitaba(Bum bum...bum bum), se aceleraba...me estremecía, mi cuerpo temblaba y retozaba por la manta.

Luego el llegaba, con su porte elegante, como siempre, y me mordía, y me besaba, yo suspiraba...me hacía gritar, querer más y más...como una bestia insaciable, como un vampiro con ansias de sangre...y volaba, y tocaba el cielo, las estrellas, la constelación entera ; cuando entonces una ola de placer nos sacudía y caía, encima de mí, me aplastaba...como respiraba, como latía...yo caía derrotada...y me dormía...así, noche tras noche, viernes tras viernes se había convertido en mi droga, en mi dosis semanal de heroína a la que no podía renunciar.

En cada una de esas noches me arrancaba el alma a mordiscos, a besos derrotaba mis defensas y a lametazos me derribaba...lo nuestro era salvaje, de otra dimensión, de otro planeta...Solos él y yo. Sin equivocación . Sin redención.

-¿Y cuando yo no esté?¿Qué harás? ¿Sobrevivirás?

Ahora, esas palabras atormentaban todos mis pensamientos, como una espada incesante que amenazaba con desangrar todo mi mundo, una tormenta que envidiaba destruir todo lo que habíamos construido.

Ahora esas palabras me abrumaban y ahogaban...horas y horas llevaba dando vueltas, desnuda, sobre la manta. Esperándolo.



(Continuará...)

jueves, 24 de mayo de 2012

¿Quiénes somos?


Aquí estamos, tú, yo, dos cafés y un cuaderno a medias.


Eriel: El cuaderno de nuestras vidas, escrito con tinta indeleble. Escrito poco a poco, un poquito cada día, sin prisa pero sin pausa. Historias escritas a veces inconscientemente, casi sin darnos cuenta y otras  tan vehementemente que nos aplastan y nos asfixian.

Esta es la parte bonita –o no tan bonita- del cuaderno de nuestra vida, la parte que queremos contaros. O quizá la parte que nos queremos inventar.

Mia: Inventar... Inventamos ese camino apenas indagado, el sendero que nos lleva al plenilunio en mitad del bosque, sólo nosotras, nosotras y el universo entero.  Poco a poco damos nuestros pasos, elegimos nuestras decisiones. Erramos, y aprendemos a aprender. 

Caminamos, pisamos , a veces zarzales, a veces pétalos de rosa. A veces nos sangran los pies, otras veces sentimos el frío terciopelo en nuestra piel. Gritamos al aire, nos revolvemos a la brisa, nadamos contra el mar. Y poco a poco vamos llenando estas páginas

Eriel: Escribimos, puede que en la última página porque no sabemos donde va, o puede que simplemente… nunca forme parte de él.

Quizá tan sólo termine siendo un anexo, o un borrador inacabado, pero será el nuestro. El de dos amigas que un día decidieron compartir algo con el mundo, meterlo en una botella, lanzarla al mar y dejar que alguien diera con ella.

Mia: Quizá alguien la encuentre en la playa de una isla desierta, con la arena caliente y húmeda acariciando suavemente todo su cuerpo, mientras su mente, viaja a mundos todavía inexplorados.

Que como la marea que la llevó hacia él, se deje llevar, deje sentir, sacuda su cuerpo un escalofrío, vuele su imaginación, levite su alma. Que sea libre, como las gaviotas acariciando las nubes, como las sirenas cantando a los peces. Libre, como el mar, como nosotras.



Eriel & Mia